¡Hola a todos!
Temporalmente voy a cerrar el blog para dedicarme a otros menesteres.
Prometo volver pronto con nuevas ideas y fuerzas renovadas.
Un besazo muy grande a todos y ¡felices fiestas! (Ya se que es pronto, pero es que las Navidades cada vez empiezan antes, jeje).
sábado, 25 de noviembre de 2017
miércoles, 22 de noviembre de 2017
LIBROS: VISITATION STREET- BABILONIA- PECADO.
VISITATION STREET (2013)
Ivy Pochoda (Nueva York, 1976)
Los tres libros que voy a comentar a continuación
tienen la peculiar característica de que estaban situados en la estantería
dedicada a novela negra o detectivesca y quizá, exceptuando el último, yo no
los incluiría en este género (aunque sí que es cierto que tienen elementos de
literatura negra pero como de refilón).
Visitation street es la historia de la desaparición de
dos adolescentes una noche en la que se embarcan en una balsa de goma intentando
atravesar la espesura del mar de Nueva York. Este hecho le sirve de pretexto a
la escritora Ivy Pochoda para hablarnos de vidas apartadas y marginadas; de personas
que habitan en bloques de pisos en un rincón desolado de la ciudad; de ambientes “repletos” de vacío existencial,
exclusión o aislamiento; de hombres y mujeres con cicatrices invisibles que
viven como pueden o sienten.
Y es así como una serie de personajes cansados,
desinteresados y al borde de sí mismos, deambulan por las calles de este barrio
intentando reescribir su historia: una chica que no soporta la idea de haber
sobrevivido a su mejor amiga, un profesor de música que no sabe qué camino escoger,
un muchacho negro, cuyo padre acaba de ser asesinado y que no quiere seguir los
pasos de otros que acabaron mal, un joven que vuelve al “hogar” y cuya
enigmática figura desencadenará historias enterradas pero no olvidadas. Y algunos
más. Hay varios misterios que se resolverán al final. Pero repito, la historia
es algo más: es el mosaico de vidas en desorden, donde la soledad, como suele
ocurrir en estos casos, es el principal protagonista de una novela bonita, a
ratos muy emotiva, pausada en el buen sentido, intensa y muy recomendable.
BABILONIA (2016)
Yasmina Reza (París, 1959)
Esta curiosa novela ganó el premio Renaudot 2016 y fue calificada como
“Una tragicomedia feroz con toques de thriller”. Me gusta esta definición, pero
que nadie se lleve a equívoco con lo de thriller, es una historia bastante
intimista y en todo caso sería una especie de thriller doméstico.
La novela tiene una mezcla de géneros muy interesante, pero una de las
cosas que más me ha gustado es que a ratos me ha parecido realmente divertida.
Aunque hay que avisar que el humor que destila es más bien negro (o azul
oscuro) e irónico, algo que no a todo el mundo gusta (a mí me encanta).
Elisabeth es una ingeniera de patentes del Instituto Pasteur, está a
punto de jubilarse y vive una época apesadumbrada por la muerte de su madre. Su
vida es un tanto rutinaria al lado de su marido Pierre, así que decide
organizar una cena con amigos y vecinos, entre ellos el matrimonio Manoscrivi,
Jean Lino y Lidie, que serán vitales en el desarrollo de la historia.
La novela está narrada en primera persona y mezcla recuerdos del pasado
con momentos del presente de una manera a veces caótica, pero comprensible y
deliciosa. A raíz de la fiesta, el tono cambia para volverse cada vez más
desenfadado y achispado hasta que un acontecimiento inesperado establece un
punto de inflexión en la cotidianeidad de los personajes, que pone todo patas
arriba y que es mejor no desvelar.
Una narrativa brillante, desenvuelta y mordaz para describir, una vez
más, la soledad, la desorientación o la pérdida del rumbo.
PECADO (2017)
Benjamin Black (Wexford, Irlanda, 1945)
El escritor John Banville utiliza de nuevo su pseudónimo Benjamin Black
para adentrarse en el género negro, pero esta vez dejando de lado a su
inigualable protagonista habitual, el patólogo forense Quirke, para
presentarnos una nueva serie y al joven inspector Strafford.
De las tres novelas esta es la que mejor encaja en la literatura de
detectives (claro, tratándose el protagonista de un inspector, jeje), pero como
siempre que nos adentramos en el mundo de Benjamin Black, no nos encontramos con la
típica investigación del caso en la que la identidad del asesino es el
principal escollo.
Estamos en los años cincuenta. Un cura de pueblo aparece asesinado en la
mansión de Ballyglass House (apuñalado y castrado, ejem). Strafford se
instalará en este pueblo durante unos días en los que se verá acompañado de los
personajes más peculiares y extravagantes.
De nuevo la ambientación, los pensamientos, las relaciones entre los
individuos y las particularidades de cada uno, van a ser una constante en el libro.
El inspector se sumerge en un mundo de opacidad en el que las personas se le
presentan como actores que representan una función teatral.
Strafford aparenta ser frío y poco sensible y de entrada no tiene el
carisma del achuchable Quirke, ese triste, solitario y poco convencional
patólogo con el que te encariñas enseguida. Pero tiene un punto misterioso y
atractivo:
“—¿Ha visto usted muchos? Asesinatos y cosas así.
Strafford esbozó una leve sonrisa.
—No hay “cosas así”… El asesinato es único. “
Habrá que esperar a nuevas entregas para hacernos más a la idea, pero
aunque para una servidora no está a la altura de la serie anterior, no es una
novela para nada desdeñable. Por cierto, ha sido premio RBA de novela policíaca
2017.
jueves, 16 de noviembre de 2017
RELATO: REMINISCENCIAS
Mi vida dio un giro radical cuando empecé a hablar con los muertos. Fue
un día gris y lluvioso en el que no tenía grandes cosas que hacer. Recuerdo que
estaba sentado en el sofá sin ningún plan preestablecido, ni pendiente de
llamadas inesperadas, ni mucho menos visitas por sorpresa. El primero que se me
apareció fue un animal, en concreto mi perro Sócrates. No Pluto,
ni Roy, ni Aníbal. No entiendo por qué, tampoco había sido el
último en morir, ni había sido un perro especial en nada. Pero fue él el que
entró por la puerta de la sala con su andar cansino de bulldog inglés, para
sentarse después y posar su mirada de párpados caídos en mi careto. Como
conclusión pensé que la aparición de muertos es más bien aleatoria o sujeta al
azar. Sus primeras palabras no fueron nada consoladoras:
—No esperes nada en el otro lado, todo acaba aquí.
Yo le pregunté sorprendido:
—Y entonces, ¿por qué has venido? ¿Por qué te has hecho visible si ya no
eres nada?
—Yo no he venido, tú eres el que me ves, no te confundas.
El perro se fue por el sitio por donde había venido, no sin antes darse
la vuelta y añadir con pesimismo:
—Solo sé que no sé nada.
Aquello me dejó de piedra. ¿Se me habría ido la pinza?
Afortunadamente aquella deducción que saqué inicialmente era errónea.
Las manifestaciones de los difuntos comenzaron a ser más gratas y agradecidas.
Con lo cual rechacé la teoría del azar para inclinarme por algo más bien
preestablecido por las fuerzas que se sitúan en el más allá. Un día estaba
llorando en la cocina y mi abuela se sentó junto a mí:
—¿Por qué lloras hijo?
—Tengo miedo abuela, ¿la muerte duele?
—Qué va hijo. Simplemente dejas de sentir, y pasas a ser lo mismo que
eras cuando no habías nacido: algo así como una estrella en el cielo.
—¿Y eso del túnel con la luz al final?
—Tonterías. Inventos de algún vivo sin imaginación.
Puse mi cabeza sobre su pecho y me dejé acunar, al igual que cuando era
un niño e iba a comer a su casa cuando mi madre tenía que trabajar. Siempre he
sido muy familiar. Mi abuela tarareó una canción horas y horas…
Mi padre tenía un carácter muy reservado, grave, de esas personas que te
miran de refilón al pasar porque intuyen que has hecho algo malo. Cuando le
intuía cerca siempre pensaba que me iba a llevar alguna colleja o algo, pero
incomprensiblemente, a pesar de su dureza y rigidez, nunca me pegó.
A él me lo encontré sentado en el sofá mirando la televisión apagada. La
muerte no parecía haberle cambiado su expresión, que seguía siendo ruda y
taciturna:
—Papá me alegro de verte; nunca tuvimos una conversación de más de
cuatro palabras.
—Bueno, tampoco es que yo haya cambiado mucho.
—Ya veo.
—¿Qué tal tu madre?
—Igual. Igual de mal ¿no la ves?
—No, solo te veo a ti. Mejor dicho: tú me ves a mí. —Otra vez las mismas
palabras, igual que el perro.
Pasó un tiempo; pudieron ser minutos u horas. Luego habló de nuevo:
—Algo me dice que esa conversación va a tener que esperar. No me salen
las palabras. Quizás en otro momento.
—Solo una cosa papá, ¿se sufre ahí… dónde estás?
Y entonces me miró con un especial cariño por primera vez en su vida,
quiero decir… en su muerte.
—El sufrimiento es solo una percepción de nuestra mente, hijo, de
nuestra consciencia. La muerte es la última etapa de la vida, cuando todo deja
de ocurrir…
Lo cierto es que nunca me había encontrado mejor en toda mi larga
existencia. Yo, que soy un ser solitario, me sentía muy acompañado con estas
conversaciones que nunca acababan en un punto y final. Mi madre estaba
muriéndose por aquel entonces y con su partida no me quedaba nadie cercano. No
me había casado, ni había tenido hijos. Mi mejor amigo, Manuel, había muerto también de forma prematura en un
accidente de tráfico. La muerte, que me había acompañado a lo largo de mi vida
en su versión más cruel, ahora parecía resarcirme de todo el dolor sufrido.
Fue toda una alegría cuando encontré a Manuel jugando solo al fútbol en
un terreno abandonado del pueblo.
—¡Manuel! Qué gusto me da verte…—Intenté abrazarle, pero algo me lo
impidió.
—¡Eusebio! Quién me lo iba a decir.
Estuvimos jugando toda la tarde, fue uno de los días más felices de mi
vida. Al anochecer, cuando Manuel se despidió, me di la vuelta casi sin
resuello por el ejercicio. Estaba tan excitado que no me percaté de la escena
hasta que levanté la cabeza y vi a un grupito de gente compuesto por niños y
adultos que me miraban estupefactos.
—¿Estás bien, Eusebio? Los niños nos han avisado de que andabas gritando
solo con un balón…
—Oh, no os preocupéis, estaba haciendo un poco de deporte.
Aquel revuelo que se montó por mi causa me molestó, más que preocuparme.
Nunca se habían interesado en mi vida y cuando parecía que me había trastornado
venían los muy morbosos… A partir de aquel día tuve más cuidado con los vivos a
la hora de hablar con mis muertos. Tendría que encontrar el espacio y el
momento adecuados.
Cuando murió mi madre, casi fue un consuelo. Llevaba en coma mucho
tiempo, y tenía ganas de verla otra vez en su plenitud. Al principio tuve
miedo, ¿y si no se me aparecía? En el cementerio me quedé solo observando su
nicho, mientras dos ancianas chismorreaban detrás de mí. A esas alturas ya se
había corrido el rumor de que estaba zumbado. Cuando vieron que todo permanecía
inalterable, se fueron cogidas del brazo.
Me marché a la playa, el zumbido del viento golpeaba mis oídos, las olas
se acercaban y removían la arena, yo también lo hacía con mi zapato intentado
destapar algún recuerdo: quizás el de una mujer que se acerca a la orilla con
un vestido corto de verano; lleva un niño de la mano. Juegan a querer y no querer
tocar el agua…, está muy fría. Sonríen nerviosos. Corren, tropiezan y caen en
la arena rotos de la risa…
Una figura femenina se acercó a mí. Era inconfundible: el pelo rubio
suelto, andar desgarbado, arrugas incipientes, sonrisa confortante. Por fin, un
suspiro infinito.
Volví a llorar de nuevo, pero esta vez era de emoción, de gratitud.
sábado, 11 de noviembre de 2017
CINE: LA NOCHE DEL CAZADOR.
LA NOCHE DEL CAZADOR (1955)
Charles Laughton (Reino Unido, 1899- Estados Unidos,1962)
Basada en una novela breve de Davis Grubb, esta película supuso la única
como director de Charles Laughton, actor inolvidable de películas como Esmeralda la zíngara
o Espartaco, y complicado de dirigir según Hichcock: “A lo máximo que se
puede aspirar con él es a ser árbitro”.
Con esta cinta nada fácil de clasificar (thriller gótico, cuento de
hadas con pesadilla, fábula inquietante…) Laughton demostró que tenía madera para
dirigir, pero la crítica no le acompañó en su momento y no volvió a ponerse
detrás de las cámaras.
La historia está ambientada en la época de la depresión norteamericana.
Un ladrón y asesino confía un dinero a sus hijos para que lo escondan momentos
antes de ser detenido por la policía. Es condenado a la pena de muerte pero
antes, en la cárcel, conocerá al “predicador” Harry Powell (Robert Mitchum) y
le contará su historia. Una vez cumplida su condena, Powell sale de prisión
ataviado con sus atuendos y su característico sombrero. Se acercará a la aldea
donde vive esta familia, engañará a la mujer del difunto, Willa (Selley
Winter), para casarse con ella y comenzará la pesadilla para sus hijos John
(Billy Chapin) y Pearl (Sally Jane Bruce), ya que su único objetivo es
encontrar el dinero escondido por ellos. En este sentido es de alabar sobre
todo la interpretación del niño Billy Chapin, aunque por alguna curiosa razón a
Laughton los niños actores no le gustaban y tuvieron que ser dirigidos casi
siempre por Robert Mitchum; un dato curioso teniendo en cuenta el rol que
representaban cada uno en la película.
Acostumbrados a ver a Mitchum en otro tipo de papeles, aquí encarna a la
perfección a este peculiar y memorable malo que lo mismo nos produce terror que
desconcierto. Con las palabras Hate (odio) y Love (amor) tatuadas en sus
nudillos, sermonea y engatusa a sus víctimas con una charla alegórica sobre el
amor que acaba venciendo al odio. Es muy representativa la escena en que el
niño observa aterrado desde un granero, la figura cantarina de este personaje
en una colina y la expresión confundida: “¿Es que nunca duerme?” del pobre
chaval.
Y es que la película, en su mayor parte, es la persecución del hombre a
los dos niños. A pesar de que está salpicada con “extraños” momentos de humor,
la historia es muy humana y sobrecogedora. La desolación y desamparo de John y
Pear es absoluta cuando se percatan de que ningún adulto les va a ayudar y que tienen que emprender la huída en una barca
río abajo: esta parte es especialmente fantástica y maravillosa.
Si Robert Mitchum representa el mal y todo lo que es capaz de hacer, el
personaje de la gran Lillian Gish, Rachel, personifica la bondad que todavía
habita en el ser humano. Como protectora de los niños se enfrentará a Harry
Powell; en este sentido es de destacar la escena en la que la sombra de su
figura empuñando un rifle se plasma en la pared dentro de la casa. Mientras,
afuera, el predicador entona un himno religioso al que se le une Rachel
añadiendo su voz, y así exorcizando todos los males representados por Powel.
Es una cinta inquietante y hermosa, perturbadora y emotiva. Son
adjetivos que a priori pueden casar mal pero que se observan con detalle en
esta joya del cine. Es una película que descoloca bastante en una primera
visión. El Mal en su máxima expresión, puede ser el protagonista de la historia,
pero también lo son el fervor religioso que nos puede llevar por sombríos
caminos, la perversidad infantil y la oscuridad.
Todo ello visto desde la óptica del mundo de los niños donde todo es
posible: el miedo, los ogros, las pesadillas…, pero también la esperanza y el
amor.
TRAILER de la película:
domingo, 5 de noviembre de 2017
RELATO: ¿DESENCANTO?
—Es de madera de cedro del Líbano, huélelo. —Dani alude a un joyero
antiquísimo de su abuela que me ha regalado. Vamos paseando por el barrio de los
pescadores y tengo que volver a sacarlo de la bolsa. "A mí me huele a
ceniza vieja" he pensado. Pero no se lo he dicho, por supuesto. Ya me ha
mirado como a una alienígena cuando se ha enterado de que no me pongo joyas.
¿Por qué la gente se tiene que deshacer de cosas supuestamente sentimentales
obsequiándoselos a personajes desaprensivos como yo que acaban de conocer? ¿Realmente
cree que estamos viviendo un idilio de enamoramiento perpetuo desde que nos
conocimos borrachos en aquella verbena hace dos semanas?
—Le daré otros usos. —He tenido que tranquilizarle. "Para recoger
los excrementos del perro cuando le saco a pasear, por ejemplo" he
pensado. Tampoco esto se lo he dicho. A veces creo que no tengo sentimientos,
que me gusta recrearme en situaciones que seguramente no van a darse y que me
provocan un morbo indescriptible. Acabo de imaginarme a Dani sorprendiéndome
con la mierda del perro dentro de la cajita de madera de cedro de su abuela. No
sé a qué juego.
Seguimos andando muy despacio, muy muy despacio, Dani parece querer
darle un aire nostálgico y romántico a nuestro paseo y eso me repele, no me
gusta. Empiezo a sentir angustia con tanta parsimonia y acelero el paso. Él me
sigue sin rechistar, lo cual no hace más que molestarme más, ¿no le afectan
esos cambios bruscos en mi ánimo, en mi actitud? ¿Qué es lo que busca en mí?
Llegamos a los acantilados. Miro al cielo: nubes arremolinadas, negras, condensadas
que dejan entrever una esfera amarillenta… Una espesa niebla a nuestros pies.
—¿No te recuerda a Turner? —le comento.
—¿Cómo?
—¿Sabes quién es?
—Me suena algo, de estudiarlo en el insti…
Mentiroso… Eso no se estudia en
el insti. Si hay algo que odio es que alguien vaya de lo que no es. ¡Cojones!,
si no sabes de qué te hablo, dímelo abiertamente farsante.
—¿Vas al gimnasio? —me pregunta.
“¿A qué viene esto?”
—Iba, lo dejé porque no soportaba a tanta gente sudando a mi alrededor.
Prefiero dar un paseo en bici.
—En la verbena no parecías muy a disgusto con toda esa gente alrededor
sudando.
“Touché”
—Sí, había bebido mucho.
Lo cual quiere decir que no era muy consciente de lo que sucedía, ni de él
tampoco. Por eso estamos aquí ahora intentando salir de este entuerto en el que
nos hemos metido. Una sinrazón que dura ya quince días, ni más ni menos. Puede
resultar incluso gracioso, da la sensación que nos queremos dejar en vergüenza
mutuamente (¿delante de quién?) Y sin embargo cada tarde de cada día, desde que
nos conocemos, damos el mismo paseo hasta la playa.
Dani me ha adelantado y ahora está mirando a la nada, dándose aires. De
pronto comienza a hablar de su familia, de que si su padre es carnicero o algo
así (¡por Dios!), no me entero muy bien, ya que me está dando la espalda y el
pobre no se da cuenta de que su voz se proyecta hacia delante, y solo puedo
escuchar un eco como de ultratumba de lo que dice. Su madre se fue cuando era
muy pequeño y se las han tenido que arreglar solos con su abuela que ahora está
muy enferma (la del joyero de madera de cedro). No es que sea una insensible,
pero supuestamente estamos tratando de iniciar una relación, si está intentado
dar pena… no creo que sea la manera. No hace nada para seducirme, para parecer
atractivo. Y mi cabeza imagina algo raro: ¿y si me acercara a él, que está a
escasos centímetros de la cornisa, y le empujara levemente con una mano?, ¿qué
pensaría mientras está cayendo a la nada? ¿Se giraría un momento para mirarme
con ojos incrédulos y aterrorizados, o caería sin más, agitando brazos y
piernas como un poseso?
¡Dios!, estoy delirando, esto se ha convertido en algo inaguant…
Dani se ha dado la vuelta. Tiene los ojos vidriosos, parece que ha
querido llorar y no ha podido. Pero su cara está realmente desencajada.
—Lo siento, no quería…
—No te preocupes. —Incluso parezco sincera.
A esto le sigue un tenso silencio. Dani hace una mueca extraña como
queriendo recapacitar, rastrea al suelo y acto seguido me lanza una mirada
aturdidora. Algo ha cambiado en su cara, no sabría decir qué… Da tres pasos
lentos sin dejar de mirarme y se sitúa junto a mí, me está rozando. Y yo siento
una extraña electricidad. He comenzado a sonrojarme, ¿qué está pasando? Su dedo
acaricia me dedo meñique ligeramente. Suspira, coge aire, vuelve a suspirar. Su
cabeza se acerca a mi oído.
—Me encantaría verte desnuda —susurra.
Mmmmm, eso sí que no me lo esperaba.
martes, 31 de octubre de 2017
LIBROS: LA SUSTANCIA DEL MAL - EL LIBRO DE LOS ESPEJOS.
LA SUSTANCIA DEL MAL (2016)
Luca D´Andrea (Bolzano, 1979)
He dicho ya unas cuantas veces que lo que más valoro de
una obra, sea del arte que sea, es que me entretenga. También otras muchas
cosas, pero una de las principales es esa.
En este sentido el entretenimiento puede ser de muchas clases: obras sin
muchas ínfulas, obras maestras que además de entretener te ofrecen otras muchas
cosas, entretenimientos pausados, de ritmo vertiginoso, mezclas de muchos
géneros… En fin, el tema da para mucho.
Creo que la clase de pasatiempo que ofrece La sustancia del mal
la describe muy bien su autor: “Mis libros son hamburguesas y quiero que sean
las mejores de la zona”. Pues vale. Yo
traduzco esto en: algo rápido y sin más pretensiones que haga pasar un buen
rato. Pero coñe, también buscamos un poco de enjundia al asunto, digo
yo.
Un joven guionista estadounidense acaba de mudarse con su mujer e hija a
los pies de los Dolomitas, los Alpes Orientales. Tras vivir una experiencia
terrorífica en una operación de socorro, se enfrentará de una manera obsesiva y
enfermiza a la resolución de un crimen espeluznante acaecido treinta años
atrás. La intención de que detenga sus investigaciones por aquellos que de
alguna manera directa o indirecta sufrieron por aquel crimen, no hace más que
acrecentar su obstinación por saber más.
La novela esta hecha con los ingredientes perfectos para que devores sus
casi quinientas páginas en no más de tres días. En este sentido no se para
mucho en el retrato de los personajes, salvo en el personaje principal, que es
un sufriente de los estragos que ha causado el accidente montañoso en su
psicología. El resto son comparsas utilizados para hilvanar una historia cuyo
interés principal es buscar el culpable del crimen colectivo que tuvo lugar en los
años ochenta. En este sentido el misterio engancha y ese el mérito principal
del autor. La historia transcurre a una velocidad apabullante, con aventuras
por la nieve y algún que otro tinte sobrenatural. Me leí el libro en un par de
días sin pestañear, y todavía no se por qué, ya que entusiasmar, entusiasmar,
como que no. Cosas raras que pasan.
EL LIBRO DE LOS ESPEJOS (2017)
E.O. Chirovici (1964)
El libro de los espejos es una novela muy bien escrita que nos cuenta
una historia bastante atrayente.
Un agente literario recibe el manuscrito de un tal Richard Flynn, que es
una especie de biografía inacabada con asesinato de profesor de universidad famosillo
de por medio. Como se siente intrigado por el final y encima ve que puede ser
una oportunidad de negocio para una editorial, encarga a un periodista que
busque las piezas del puzzle que faltan con la intención de sacar una novela
con la resolución del caso.
La historia se cuenta en tres tiempos, con tres personajes diferentes,
Peter Katz, el agente literario; John Keller, el periodista y Roy Freeman, el
detective que llevó el caso en sus orígenes.
La memoria y los recuerdos juegan un papel muy importante en esta novela
y el escritor saca mucho jugo a estos temas, ya que no sabemos si lo que nos
están contando algunos personajes es real o imaginario. Es más, en la novela,
el profesor de psicología alude a que muchos de nuestros recuerdos no son
vividos realmente, y que a veces los creemos así, pero que son solo hechos que
nos han contado otras personas.
Chirovici teje una trama que se va complicando y que parece no tener
lógica para los que la investigan. Los personajes están muy bien compuestos y
cada uno tiene su importancia en la historia.
Es una novela elegante, ambigua, con una gran dosis de suspense. Lo que
se llamaría hoy un thriller psicológico. Habla de la posibilidad de reescribir
nuestra propia realidad, de borrar recuerdos que no queremos para sustituirlos
por falsos acontecimientos. En definitiva, habla de las posibilidades de la
mente y la memoria.
En este tipo de libros el final es muy importante, pero con la sana intención de no tratar desvelar nada, prefiero
que si alguien lee el libro juzgue por sí mismo.
Por último tengo que aludir a algo que hacía tiempo que no me pasaba: he
dejado un libro a medias. Se trata de una novela negra francesa, galardonada con
numerosos premios que supone según un comentario que se puede leer en la solapa
del libro: “Un soplo de aire fresco en la novela negra. Un festival literario”.
Pues yo lo siento, pero el festival no lo he visto por ninguna parte. También
promete misterios que atrapan y mucho humor. Tampoco he sentido ni lo uno ni lo
otro. Se trata de La brigada de Anne Capestan de Sophie
Hénaff. Aunque la han comparado con
Fred Vargas, y su inigualable e indescriptible detective Adamsberg, bueno tengo
que decir que para mí no hay color. Y fíjate que me da rabia, porque
últimamente tengo un idilio con los autores franceses y sus novelas sean del
género que sean. Pero bueno, ahí se ha quedado, soterrada debajo de un sinfín
de libros (los estoy empezando a apilar en montones, que Dios me perdone,
porque me faltan estanterías).
miércoles, 25 de octubre de 2017
RELATO: HONORABLE KAUFFMANN
Accionó el interruptor. Una gran corriente de doscientos cincuenta
amperios recorrió el solenoide cuyo núcleo estaba compuesto de ese extraño
mineral que encontró en la cantera de caliza abandonada. Sus cálculos fueron un
éxito. El campo generado fue capaz de repeler las balas de los ejércitos
aliados. El pueblo con sus mil almas fue salvado. Sin embargo, el nombre de A. Kauffmann,
pacífico soñador antinazi, fue borrado de los anales de la historia científica.
Tal artilugio antibélico era una amenaza para los obreros y profesionales de la
guerra, temerosos de perder su oficio.
Pero borrado no es la palabra correcta, ya que ni siquiera fue
mencionado, y por lo tanto ni recordado, ni homenajeado. Kauffmann que era un
hombre de mente brillante y privilegiada, era un ser sin recursos que hacía sus
investigaciones gracias al dinero del que tuviera a bien subvencionarle.
Aceptaría dinero de cualquier bando, ese era el precio que tenía que pagar para
poder llevar a cabo sus proyectos.
Inició su historia científica gracias al empeño de un General de las SS que
se lo encontró un día en el bar del pueblo medio borracho discurriendo sobre
ciertas ideas ininteligibles para los parroquianos, que le miraban aturdidos. Este
General, cuyo nombre omitiremos, escuchó las disquisiciones aparentemente
incoherentes del muy congruente y racional Kauffmann como quien mira un
diamante en bruto a punto de ser pulido, una bomba a punto de ser explotada.
Desde ese momento se hicieron inseparables, no por el cariño mutuo que nunca
sintieron, sino por los intereses creados al hilo de sus conversaciones. El General
le hizo firmar un contrato de confidencialidad acerca de todos sus
descubrimientos e inventos en el ámbito científico-castrense, y Kauffman a
cambio, recibiría la ayuda económica necesaria para su desarrollo.
Los proyectos del científico siempre estuvieron encaminados no en el
desarrollo del arma perfecta o del misil de mayor alcance. Muy al contrario,
sus cálculos se basaban en la forma de obtener ese escudo perfecto para el
“rechazo” de tales armamentos. Era un idealista, a pesar de su mente práctica.
Una paradoja que a veces le hacía rozar la locura, sobre todo cada vez que
aceptaba la asistencia interesada y el dinero chorreante de miseria del General.
A finales del cuarenta y cuatro a punto estuvo de obtener resultados
gloriosos, que seguramente hubieran decantado el final de la Segunda Guerra
Mundial hacia otro lado. Pero, aquella vez, la gigante burbuja magnética creada
en el flanco este, no fue suficiente ante los continuos embates de los
ejércitos rusos. Demasiado grande. Demasiado frágil.
Siguió experimentando a nivel más elemental. Cuando el General fue
ejecutado junto con otros casi al finalizar la guerra, la bombilla interna de
Kauffmann pareció encenderse. Le costó convencer a sus conciudadanos, pero al
final de cuentas era un personaje, que a pesar sus extravagancias y rarezas,
era bien considerado. A veces cuando no entendemos algo, lo damos por
brillante. En este caso, los vecinos intuían que Kauffmann era un ser superior
en muchos aspectos; siempre había sido así.
El pueblo fue atacado por aire y por tierra unos meses antes de que el
presidente Truman decidiera finiquitar la guerra en el Pacífico soltando sus
bombas atómicas sobre Japón. Nada logró atravesar la burbuja invisible, tan
solo unas casas deshabitadas a las afueras fueron alcanzadas. Un pequeño
ejército de infantería, compuesto por americanos e ingleses, se adentró en el
pueblo sudando y con el horror en sus rostros ante la incomprensión de lo que
estaba sucediendo. En la plaza del pueblo se encontraron con un millar de
personas compuestas principalmente por niños, mujeres y ancianos. A la pregunta
de quién estaba al mando, Kauffmann, vestido con su bata blanca, dio un paso al
frente. A pesar de la incredulidad inicial, fue apresado y llevado ante altas
instancias. O eso se pensó.
El pueblo fue sitiado durante varios días, trajeron expertos de todo
tipo, ingenieros, científicos especializados en cualquier tema inimaginable;
nadie fue capaz de dar una explicación a lo sucedido. Pero, como se había
prometido el científico a sí mismo, el pueblo, con sus mil habitantes incluidos,
no sufrió daño alguno. Poco después, la guerra terminó. Al principio solo se
oía “¡Kauffmann!” “¡Kauffmann, ha sido Kauffmann!” La gente esperaba volver a
verle para expresarle su agradecimiento.
Pero nadie en el pueblo volvió a saber de él. No tenía familiares ni nadie que reclamase por
él. Los pocos que intentaron buscarle, se encontraron con un muro y la nada. A.
Kauffmann había muchos, pero ninguno que atendiera a esas características.
Existió y dejó de existir. De un plumazo. No había sido, no fue. Y sin embargo…
Hoy en día podemos visitar un pequeño pueblo situado al norte de
Alemania, atravesar la plaza y adentrarnos en un bosque compuesto por robles y
pinos. Si hacemos esto, después de andar unos quinientos metros encontraremos
una casa derruida de la cual solo se conservan dos tabiques y medio. En lo que
sería el salón de de la vivienda hay algo sepultado por tierra, helechos y
hierbajos. Si removemos un poco con la ayuda de una azada daremos con una
especie de lápida, un trozo de mármol en el que está inscrita una leyenda de
forma rudimentaria, el especial homenaje del pueblo a su vecino más ilustre:
HONORABLE KAUFFMANN
Gracias por todo.
Este relato es pura
ficción (salvo los hechos históricos que todos conocemos).
sábado, 21 de octubre de 2017
LIBRO: CARTAS DE LA GUERRA.
CARTAS DE LA GUERRA. Correspondencia desde Angola (2006)
Antonio Lobo Antunes (Lisboa, 1942)
El genial escritor portugués Antonio Lobo Antunes se licenció en
medicina en la especialidad de psiquiatría por la universidad de Lisboa. Pasó
dos años ejerciendo su profesión en un hospital de Londres y a su regreso, recién casado y con un hijo en camino, fue llamado a filas y destinado
como médico en la guerra colonial de Angola. Sobre este tema escribió una
novela En el culo del mundo (que estoy leyendo actualmente) y también
dejó un legado impresionante, una serie de cartas dirigidas a su mujer
embarazada que después se compilaría para formar esta fantástica “novela
epistolar autobiográfica” (no encuentro mejor manera de describirla).
En 1971, con apenas treinta años, Lobo Antunes dejaba en Lisboa a su
familia para enrolarse en una guerra que supondría un punto de inflexión en su
vida personal y profesional. Totalmente perdido casi desde el inicio en tierras
lejanas, su única vía de escape son las cartas que diariamente escribe a su
mujer y que le hacen sentirse más cerca de ella.
Estas epístolas, dirigidas a una persona muy concreta y por lo tanto de
una intimidad absoluta, son el más puro testigo de lo que un hombre puede
llegar a sentir en un escenario totalmente hostil, desesperado porque el tiempo
pase para poder volver al hogar. Los sentimientos de ese primer amor, el deseo,
la amargura, el miedo, la tristeza… son expresados en forma poética muchas
veces, en tono brusco y enfadado las menos, pero siempre con una intensidad y
una sensibilidad apabullantes.
“Mi amor querido
Te adoro, mi gata de Enero mi gacela mi miosotis mi estrella aldebarán
mi amante mi Vía Láctea… mi cuento de hadas mi Ariana mi heroína de Racine mi
ternura mi amor… mi fuego mi única alegría mi América y mi Brasil… mi Ana
Karenina mi lámpara de Aladino mi mujer.”
También esta estancia en la guerra supone la génesis de un escritor que
más tarde se convertiría en un referente de la literatura portuguesa. A lo
largo de sus meses en medio de la barbarie, mientras escribe una novela, somos
testigos de su entusiasmo cuando cree haber escrito algo grande, más tarde de
sus dudas al respecto, también de sus pensamientos de que su texto no merece la
pena. Esos vaivenes en el estado de ánimo por los que pasa cualquier escritor
en sus inicios. Lobo Antunes demuestra su inteligencia y su cultura en cada una
de sus cartas. Es todo un deleite observar cómo un hombre que todavía no ha
cumplido los treinta años, tiene esos conocimientos de la vida y el ser humano.
Y la cruenta guerra, los detalles
terroríficos, las enfermedades y las consecuencias traumáticas que deja en la
gente. Aún así, intuyes que Lobo Antunes ahorró muchos pormenores a su mujer
para no hacerla padecer más si cabe.
Hace unos meses se estrenó una película basada en este libro dirigida
por Ivo Ferreira y que tengo muchísimas ganas de ver. Está rodada,
curiosamente, en glorioso blanco y negro, lo cual me parece un acierto y cuyo
trailer augura una película conmovedora (eso me transmite, luego no tiene porque
ser así)
Este libro de cartas es una muestra de la mejor literatura, al igual que
sus Libros de crónicas que también he leído y que son estupendos relatos
“cotidianos” también con tintes autobiográficos que escribió durante cinco años cuando colaboraba en el periódico O Público. Son “Pequeñas prosas” como las
llamaba sobre la infancia, la soledad, el desamor… Para mí son de lo mejorcito
en cuanto a relatos que he leído.
Dicen que, al margen de estos libros que he comentado, sus novelas son “difíciles”
de leer; creo que para mí esto es un aliciente. Me adentraré en alguna de ellas
y veremos a ver que pasa.
lunes, 16 de octubre de 2017
RELATO: DESARRAIGADO.
"Tú eras mi mejor aspirante, tú eras mi mejor aspirante, tú..."
Se me ha metido la matraca en la cabeza. Estoy en el despacho de mi padre. He
venido entre ausente y descolocado a darle el último sablazo. Todavía no se lo
he contado, pero lo intuye y se lo noto en la mirada. Esa mirada impertérrita
que ahora muta y aparece incrédula y odiosa.
Antes de que yo hable mi padre coge la palabra. Habla con esa parsimonia
tan desasosegante característica en él; lo mismo puede decirte que le lleves una
aspirina o que te va a pegar un tiro si no le dejas hablar. Pero es que a mí ya
no me convence, es la misma cantinela de siempre.
Recuerdo cuando era un chaval y acababa de salir de la universidad,
recién licenciado en derecho. Ya por entonces me hice una idea cuando me dijo:
“hijo, especialízate en derecho penal”. Lo hice; y también en derecho fiscal. De
niño me había sentado en sus rodillas intentando explicarme sus propósitos, no
lo entendí, o no quise entenderlo. Para mí fue como un cuento de terror que un
padre cuenta a su hijo, pero sin filtros.
Después, cuando estaba en la veintena, se dejó de tonterías y me miró a
la cara desafiante: pretendía que le acompañara en su vida, en su huída hacia
adelante con sus dislates pseudomafiosos. Y encima lo hacía mal, acababa siendo
siempre la cabeza de turco perfecta. No sé cuantas veces ha estado en la
cárcel. Ha tenido una suerte relativa, siempre ha sido por temas económicos,
nunca por los muertos que lleva a sus espaldas y que ya le hacen encorvarse más
de la cuenta.
Recuerdo la vez que le defendí, cuando aún pensaba en sus tretas como
algo banal y no más allá de algún fraude tributario. Fue mi puesta de largo
triunfal; salieron a relucir todos sus disparates. En el juicio me machacaron
como a una cucaracha. Mi padre me había contado de la media, la mitad. Fue mi principio
y mi final como abogado. Y es que, ¿quién se puede imaginar que tu progenitor
está metido hasta el cuello? ¿En qué cuento de hadas andaba yo metido?
A partir de entonces intenté seguirle el juego. Pero ahora es diferente.
He tenido que hacer algo. Si seguía haciendo caso a su historia de que la familia
es la familia y todas esas chorradas, el que acabaría en el trullo iba a
ser yo, pero por gilipollas. He estado haciendo mis pesquisas, he recopilado
mucha información y tengo algo
importarle que contarle.
"Tú, el idealista", me suelta. “Qué capullo” pienso. Él sigue
con su sermón del tres al cuarto: “No estás en esta realidad. Ese mundo que te
has construido en tu cabeza no existe; los buenos como tú nunca ganan. Para ser
alguien tienes que actuar así. La vida me ha dado muchos golpes, ¿sabes? He
tenido que responder a sus zarpazos. ¿Qué hubiera sido de mí si no? ¿Qué
hubiera sido de vosotros?”. Dios, no se da cuenta que ya no me afecta su psicología
de mercadillo. Antes me dejaba embobado, ahora le contemplo asqueado.
Pero antes de que pueda responderle algo pasa: alguien se desliza por la
cortina. Mi padre hace un chasquido con los dedos y un movimiento con la
cabeza. Después, un objeto contundente golpea mi cabeza y voy directo al suelo.
Un charco de sangre aumenta por momentos. Creo que estoy muerto. No sé si me ha
dado tiempo a decírselo: "Es tarde, papá, he mandado la documentación al
fisc..."
Oigo un ruidito, casi imperceptible, rallando el suelo. Una mano rodea
mi silueta tumbada. Con una tiza. ¿Qué antiguo, no?
miércoles, 11 de octubre de 2017
CINE: LOS SOBORNADOS de FRITZ LANG.
Última película dedicada a Fritz Lang (de momento). Me ha costado
muchísimo elegir entre dos o tres películas realizadas por este soberbio
director que son muy representativas del cine negro de los años cincuenta en
Estados Unidos. Me he decantado por esta obra maestra del crimen y la
corrupción que es “Los sobornados”.
LOS SOBORNADOS (1952)
Fritz Lang (Viena, 1890- California, 1976)
Se oye un disparo. Un hombre cae sobre la mesa de su despacho. Se acaba
de suicidar. Su mujer baja las escaleras asustada y sin entender pero, tras
observar unos papeles que su marido había dejado como legado, su cara se torna
maquiavélica y enseguida realiza una llamada telefónica.
Este es el arranque de este tenso, turbador y magnífico ejemplar de cine
negro en estado puro que realizó Fritz Lang en su etapa estadounidense. Después
de crear en Alemania las muestras más arquetípicas del expresionismo, Lang huye
a Hollywood incapaz de trabajar para los nazis. Allí, sin dejar del todo atrás
su sello de identidad, hace una mezcla de cine criminal y expresionismo
realizando obras notables y obras maestras en este género.
Otra vez nos encontramos con el hombre como individuo enfrentado a
poderes superiores, organizaciones corruptas a las que le es muy difícil oponerse,
y que le harán vivir siniestras pesadillas y también el horror de tener que
perder por el camino la esencia, aquello que es vital para su existencia.
El policía Dave Bannion (Glenn Ford) es un hombre que lleva una vida
feliz, casi idílica, con su mujer e hija. Es el encargado del caso del suicidio
del policía Tom Duncan. Solo le hace falta tirar un poco del hilo para que, en solitario,
se vaya acercando a la verdad del asunto y empiece a ser testigo de la
corrupción que se esconde tras esta muerte organizada por empresarios como Mike
Lagana (Alexander Scourby) que mueven los hilos de la ciudad a través de
asociaciones criminales. No solo eso, sino que sentirá en sus propias carnes el
lodo del que están embarrados todos los estamentos públicos, desde el más alto
hasta el más bajo. Es cuando su vida experimenta un giro perverso.
Es vigilado, perseguido, suspendido… y finalmente llevado a la obsesión
de venganza cuando una bomba implantada en su coche que iba destina a él, acaba
con la vida de su mujer Kattie (Jocelyn Brando). En este recorrido hacia la
revancha, conocerá a Debby (Gloria Grahame), una mujer que ha sido ultrajada
por su novio gangster Vince (un joven Lee Marvin), que será clave a la hora de
tener que “apretar” el gatillo ante la incapacidad de Bannion para matar a
sangre fría. Será la redención de la femme fatale (una tremenda
transformación la que sufre este personaje a lo largo de la película; poco
nuevo se puede decir ya de la magnífica Gloria Grahame), que cobra una importancia
vital en la historia. Ante la ambigüedad moral que siente el policía, ella
decidirá y finiquitará.
Una película precisa, directa, con un brillante e ingenioso guión de Sydney
Boehm (adaptación de una novela de William P. McGivern); incisivo e irónico por
momentos, es de esos en los que los actores (fenomenales todos) clavan sus
frases. “Estar aquí sentada pensando resulta muy duro para alguien que no está
acostumbrado a pensar en nada”, le dice una desgarradora Debbie a un desolado Bannion.
El legado expresionista de Lang se muestra en los múltiples escenarios
en los que se desarrolla la historia: la lujosa casa de los Duncan, la rancia
mansión del mafioso Lagana, la sencilla casa familiar de Bannion, etc.
Sobria dirección de Lang, sin parches o escenas que sobren, todo tiene
su lógica en la película. Una concisión,
por cierto, difícil de ver en el cine moderno. También tiene dos o tres
secuencias impactantes, inesperadas, violentas y emocionales. Un cine que nos
trae de nuevo a la actualidad y a la sensación de que pocas cosas cambian, de
que la sociedad tiene una parte podrida que nunca parece descomponerse porque
sigue nutriéndose de las fuentes de poder, esas que no sueltan lastre porque no
quieren o no les interesa.
TRAILER de la película:
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